El Inter no quiso jugar en Anfield

Ningún primero de grupo ganó. Tres perdieron y uno empató. Tres se quedaron sin marcar y uno sí lo logró. Síntoma de igualdad, de que no quedan equipos malos, de que la diferencia es escasa. Sin embargo, el comportamiento de los gallitos fue muy distinto. Si el Madrid quiso el balón en Roma y dominó la mayor parte del encuentro, el Inter firmó en Liverpool una de las actuaciones más conservadoras que se le recuerdan a un campeón virtual de una liga de primer nivel. Mancini debió pensar que si a los de Benítez les cuesta ganar partidos cuando deben llevar la iniciativa lo mejor era entregársela por completo. Y eso es lo que hizo: se colgó del larguero y fue contando el tiempo que quedaba para el final. Casi le salió bien, demostración de que en el fútbol los objetivos pueden conseguirse de muchas maneras. Pero le sobraron cinco minutos que lo dejan ahora al borde del precipicio. Obligado a atacar y a mandar ante un equipo que se maneja de maravilla al contragolpe.

Materazzi fue expulsado de forma muy rigurosa tras sólo media hora de juego. Debió alucinar: con lo agresivo que ha sido en su carrera y ahora lo echan por dos inocentes agarrones. Podría servir este contratiempo para justificar el repliegue escandaloso de los nerazzurri, pero en realidad la inferioridad no te obliga a dar un paso atrás. Siempre puedes retirar a un delantero y mantener las dos líneas de cuatro presionando bastante arriba. Nada de eso. Mancini las metió casi en The Kop, con Ibrahimovic incluso ayudando en alguna acción. Se puede admirar la resistencia de un Barnsley o de una Grecia, que no tienen otra alternativa, cuando resisten los acosos, pero ver a un campeón de Italia renunciando completamente a jugar rozó lo vergonzoso. Lo peor es que ya antes de la roja a su central habían mostrado la misma intención. Como si alguien les hubiera pedido que, por encima de todo lo demás, no le dejaran metros a Torres.

Benítez, esta vez, estuvo acertado desde el principio hasta el final. Sacó un muy buen once, con ese 4-3-3 que ya le elogiamos en alguna ocasión, con Gerrard de media punta y una pareja Mascherano-Leiva que sabe tocar y destruir. Con Babel en la izquierda, justo premio a un holandés que desequilibra casi siempre que juega. Cuando pasaban los minutos y no llegaba el gol, renunció a un pivote para sacar otro delantero. E incluso cambió de banda a Kuyt para dar entrada a Pennant. El técnico español mostró variedad de recursos y encontró la recompensa con un marcador muy ventajoso que le acerca a cuartos de final. Su Liverpool se olvidó de su mediocridad nacional para disfrazarse de nuevo de superpotencia continental.