No se puede ser más líder

Eran casi las 5 de la madrugada en Europa y el sueño amenazaba con apoderarse de los intrépidos devoradores de fútbol que habían decidido trasnochar para presenciar la definición de la Copa Libertadores. Pero su recompensa estaba a punto de llegar. Juan Román Riquelme, el mejor jugador del torneo, el líder indiscutible del campeón, no se conformaría con ser simplemente, de nuevo, la figura del partido. Ya había dado una exhibición de dominio del juego. Si en otros choques había aparecido para decidir, ayer también lo hizo para mandar. Ofreciéndose, recibiendo, aglutinando posesión, durmiendo el ritmo, habilitando a compañeros desmarcados para mantener el balón. Porque es así como mejor se defiende -¡qué diferencia entre la actitud de Boca y la que había mostrado unas horas antes Inglaterra sub-21 en la semifinal del Europeo!-: queriendo la pelota, conservándola, manteniéndola alejada de la portería propia. Gremio había amenazado con un par de disparos al poste, pero los argentinos siguieron imperturbables dirigidos por la brújula de Román. Y el diez, decíamos, no iba a firmar sólo un partido fantástico. Iba a decantarlo otra vez, a ganarlo, a demostrar que es el rey del continente, que es más de la mitad del equipo campeón. Y se sacó un derechazo fantástico desde la esquina del área, y luego una asistencia aparentemente sencilla que Palacio no supo convertir y que él mismo se molestó en empujar para firmar un doblete. Lo levantaron para que no quedaran dudas: suya era la mayor porción de gloria. Suyo era el protagonismo absoluto en la sexta Libertadores de Boca. En la tercera de Román. En la del reinado de Riquelme.