Una generación especial

Cuando me preguntaban quién iba a ganar el España-Italia -como si yo fuera a saberlo-, contestaba con un moderado optimismo. Había que jugarlo, claro, y ya sabemos que los partidos parejos se decantan por pequeños detalles. Pero le daba un poco más de opciones al equipo de Aragonés. ¿Por el juego? Visto el encuentro ante Suecia, había motivos para dudar. ¿Por la calidad técnica? Era evidentemente superior, pero en el fútbol intervienen otras facetas que equilibraban las contiendas. No, era sobre todo por el carácter especial de algunos de los jugadores que integran esta selección. Por Cesc Fàbregas, por ejemplo, un ganador nato, un chico con el temperamento necesario para hacer grandes cosas. El aplomo con el que tiró el último penalti, pese a las críticas recibidas cada vez que se quita la camiseta del Arsenal, pese a sus 21 años recién cumplidos, pese a la decepción que debe suponerle a un tipo tan competitivo como él el hecho de estar siendo suplente en una gran cita, es una muestra de su mentalidad. Por David Silva, quizá el jugador que más me ha encandilado hasta ahora desde que sigo las categorías inferiores de la selección española. Su crecimiento en el partido fue espectacular: pasaban los minutos, disminuían las fuerzas, pero el canario se adueñó del balón y empezó a dominar la prórroga con una ligereza de primera categoría. E Iker y sus paradas, y Villa, todo ambición y atrevimiento. Esta generación, aunque no acabe ganando -y ahora es la gran favorita-, ha logrado llegar más lejos que sus predecesoras, y lo que aún es más complicado, ha derrotado a un gigante con historia mostrando madurez, frialdad y un enorme dominio de las situaciones de tensión.

Fue un partido de precauciones. Un encuentro en el que brillaron más las defensas que los ataques. Con actuaciones individuales soberbias en este apartado: Marchena, providencial; Chiellini, el jugador del partido si Italia llega a ganarlo; Senna, siempre fiable en la recuperación; De Rossi, imperial en su parcela. La fantasía se reducía a aislados intentos individuales: Cassano, genial pero intrascendente, y los teóricos jugadores de banda en España, especialmente Silva. España poseía el balón pero no tenía velocidad en la circulación ni profundidad. Xavi desesperaba por su lentitud en la transición y su eterna tendencia a la horizontalidad. También es cierto que no había mucha movilidad, pero el de Terrassa no era capaz de desbloquear la apatía encontrando soluciones brillantes. Buenos cambios de Aragonés con la entrada de Fàbregas y Cazorla, aunque esta vez el asturiano no brilló tanto. Fantástica rectificación de Donadoni dando entrada a un Camoranesi cuya suplencia fue difícil de entender. Y el partido seguía parejo, con alguna ocasión de vez en cuando, pero esencialmente cerrado.

Pero España lo acabó mejor y diríamos que mereció ganarlo en la prórroga. Bajo el mando de Cesc y Silva, el choque entró en una fase en la que, de haberse jugado eternamente, el gol parecía que sólo podía caer del lado español. Pero se llegó a los penaltis, donde era comprensible entrar en el pesimismo. Italia, en eso sí, parecía más preparada mentalmente. Pero el fútbol no deja de sorprendernos y hasta un novato como Cazorla asumió su responsabilidad con una entereza formidable. E Iker, memorable, se ganó el trofeo al mejor del partido con sus vuelos elegantes en la calurosa noche vienesa. Y ahora Rusia, un equipo que, pese a su exhibición ante Holanda, le viene mejor al conjunto de Aragonés por su forma de defender. Por mucho que Arshavin sea el hombre del campeonato.