La prolongada resaca letona

La noche del 21 de junio de 2004, la expedición letona que estaba participando en la Eurocopa de Portugal salió a celebrar su histórico empate a cero ante Alemania. Según confesaron los propios jugadores, el alcohol tuvo un protagonismo indiscutible en aquella fiesta. Pero nadie les reprochó nada: por mucho que aún estuvieran compitiendo, por mucho que aún les quedara un partido por jugar, por mucho que tuvieran aún una remota opción de meterse en cuartos de final, nadie consideró que estuvieran comportándose de manera errónea ni poco profesional. Y es que ya habían llegado mucho más lejos de lo que podían soñar: si acudir a la cita lusa se había considerado algo cercano a un milagro, puntuar ante el gigante teutón convirtió en realidad un cuento de ciencia ficción. Y aunque se sintieron gravemente perjudicados por un arbitraje que les escamoteó varios penaltis –alguno clamoroso-, ese 0-0 ya era motivo de inmensa celebración. Así que no lo dudaron y se lanzaron a disfrutar de la noche portuguesa.

Y claro, después de la fiesta, llega la resaca. Y la letona está siendo de proporciones exageradas, casi tan grande como su hazaña en la Eurocopa. Es como si desde aquella noche ante Portugal no pudieran reproducir aquel juego sólido que impresionó al continente. Ni parecen tan ordenados en defensa, ni lanzan con tanta velocidad los contragolpes ni definen con el mismo acierto. España se encontrará mañana en Oviedo a un equipo muy parecido en cuanto a nombres al que ganó a Turquía en aquella histórica repesca y al que empató con Alemania en Oporto. Pero muy distinto en cuanto a rendimiento. Como sumido en una resaca inacabable.

Esa depresión posterior al éxito no es sólo colectiva: afecta individualmente a los jugadores de la selección. Los que se hicieron famosos y parecían tener por delante un futuro esplendoroso están instalados en la mediocridad. Muy pocos aficionados al fútbol internacional podrían decir en qué equipos están jugando. Maris Verpakovskis, la auténtica estrella de aquel equipo, ha sido cedido al Hajduk Split de la liga croata. Marian Pahars, que jugó tantos años en el Southampton inglés, está ahora en el Anorthosis Famagusta de la liga chipriota. Andrejs Rubins, que iba para jugador importante en Rusia, ha vuelto a un equipo letón. Y Juris Laizans se cansó de ser suplente en el CSKA de Moscú y se fue al Kuban Krasnodar. Lo dicho: una resaca sin fin.