Por primera vez esta temporada -y habría que mirar cuando sucedió por última vez-, ninguno de los cuatro grandes de la Premier ganó su partido. Fueron tropiezos sonados y que dejan varias conclusiones. La primera, que todos los equipos se juegan mucho a estas alturas de temporada y cada vez es más difícil sumar de tres en tres. Aston Villa, Blackburn, Birmingham y West Ham, sus verdugos en el día de ayer, disponen de plantillas competitivas para complicarle la vida a cualquiera, por lo que sólo jugando al máximo nivel de sus posibilidades los grandes pueden esperar imponer su autoridad. Cualquier error mínimo, cualquier atisbo de dejadez, se paga.
El Chelsea encadena dos empates consecutivos -tres si sumamos el de FA Cup-. Es evidente que se ha producido un bajón en su juego, menos fluido, más previsible. Uno de los motivos podría ser la ausencia de Drogba, a quien se le suelen criticar sus discretas cifras goleadoras pero que hace mejores con su trabajo a sus compañeros de ataque. Esos balones que deja de cara para las llegadas de Lampard, esa labor de arrastrar a los centrales para que las diagonales de los extremos encuentren el camino despejado... En el aspecto defensivo, el equipo de Mourinho ha encajado un gol en cada uno de los cinco últimos partidos. Es decir, desde que se lesionó Essien. Ese engranaje de reducción de espacios y de presión permanente no es tan eficaz cuando el triángulo del centro del campo lo completan Gudjohnsen o Maniche -lógicamente, acaba de llegar-. Si bien los problemas ofensivos pueden resolverse con la vuelta del marfileño, el ghanés causará baja ante el Barça por sanción, por lo que el técnico portugués debe resolver este problema en menos de un mes. Ayer el Villa mereció incluso ganar, y en el gol del empate llegó al área rival con superioridad numérica. Ver para creer.
El Manchester United se midió por cuarta vez esta temporada al Blackburn... y el registro no le favorece: dos derrotas, un empate y una sola victoria. Ante todo hay que admirar el temporadón que está haciendo el equipo de Mark Hughes, que le ha cambiado la cara a un conjunto que con Souness -al que acaban de destituir en el Newcastle, como era previsible- sufría en los puestos bajos de la tabla. El héroe del partido fue David Bentley, autor de un hat-trick el día después de convertirse en jugador del Blackburn a todos los efectos. Pero como casi siempre, el camino lo inició Morten Gamst Pedersen, el finísimo zurdo al que ya podemos empezar a considerar uno de los mejores lanzadores de falta del mundo. Sin embargo, los errores defensivos tuvieron mucho que ver en la mayoría de los goles locales. Bentley llegó antes que nadie al rechace de van der Saar tras el magistral disparo del noruego en el primer gol y sólo tuvo que empujarla en el segundo después de que Rio Ferdinand superara a su propio portero con un cabezazo bombeado hacia atrás. Mal el central reconvertido a pivote, que fue muy poco contundente, y mal van der Saar, que no le advirtió de su salida. En el tercero unas manos absurdas de Brown costaron un penalti y en veinte minutos el United se vio 4-1 abajo. Ferguson recurrió entonces a van Nistelrooy -no comprendo su suplencia-, que enseguida consiguió dos goles, pero ya no pudieron completar la remontada. Ferdinand rubricó su noche para olvidar con una entrada a Savage que le costó la expulsión, algo rigurosa a mi entender.
La excelente racha de resultados del Liverpool es definitivamente historia. Ayer el Birmingham arañó un empate en Anfield de forma dramática y casi cómica: Xabi Alonso quiso ceder el balón a Reina con el pecho, pero estaba tan cerca de la portería que lo metió para dentro. Antes el portero español había evitado un tanto de Heskey. Muy meritorio el descaro del Brum, que por plantilla debería escapar del descenso y que se fue a por el empate pese a jugar más de medio partido con inferioridad numérica. En el descuento le anularon un gol de chilena a Robbie Fowler, negándole un regreso soñado. No hay que dramatizar con estos dos puntos perdidos, pero sí es frustrante que cada vez que el Chelsea pincha los perseguidores no le recortan distancia. Un triunfo "red" habría añadido mucha emoción al partidazo del domingo en el Bridge.
Y el Arsenal encajó su cuarta decepción consecutiva con la derrota 2-3 en casa ante el West Ham. De nuevo, los errores individuales en defensa fueron la clave. Es más o menos entendible: no estaban tres de los cuatro titulares indiscutibles (Touré, Lauren, Cole). Irónicamente, el que sí estaba, el único experimentado junto a tres chicos que promediaban 19 años de edad, Sol Campbell, se equivocó catastróficamente en los dos goles a la contra de los "hammers". Tan hundido estaba, que Wenger le sustituyó en el descanso. Sol se fue a su casa sin esperar que terminara el partido. Entró Sebastian Larsson, que es centrocampista, y antes también lo había hecho Flamini por el lesionado Kerrea Gilbert. Una simple ojeada a la composición de la parte de atrás del equipo en el segundo tiempo demostraba hasta qué punto las bajas están siendo crueles con los "gunners". El técnico alsaciano argumentó el resultado desde este punto de vista: se falla demasiado en defensa y se paga un precio carísimo por ello, pero el juego del equipo es bueno. Estoy de acuerdo con él en que los resultados ante Wigan, Bolton y West Ham han tenido un importante componente de injusticia, pero la moral del equipo puede estar minándose ante tanto revés y hay quien empieza a pronunciar la palabra "crisis". De hecho, mi amigo Toni Padilla estuvo ayer en Highbury y me comenta que no le gustó para nada el Arsenal: muy débil atrás, sin centro del campo y dependiendo demasiado de Henry. Me dice también que la prensa local es muy crítica con la escuadra de Wenger. Veremos. Mientrastanto, la pugna por la cuarta plaza se ha extendido y ya no es sólo una batalla del norte de Londres. Wigan, Blackburn y Bolton se han sumado a la pelea, mientras que West Ham y Manchester City no andan muy lejos. Son tiempos de rebelión en la Premier League.