De todos los partidos clasificatorios que se disputaron el sábado en la zona europea, el Montenegro-Bulgaria era el que poseía mayor carácter histórico. Tras un par de años de amistosos preparativos tras la independencia del país, la federación que dirige el histórico Dejan Savicevic pudo por fin competir de manera oficial en un encuentro con puntos en juego. El ambiente en el pequeño estadio central de Podgorica era eminentemente festivo: sería una noche para recordar eternamente, más allá del resultado. Pero si su querida Crna Gora lograba la victoria, las tabernas locales desafiarían con absoluta justificación la hora de cierre en una madrugada memorable. Pero para ello había que jugar: ganar, perder, competir, la tensión que estimula.
Mi opinión previa al partido decía que Montenegro tiene opciones de pelear por el segundo puesto del grupo y, por lo tanto, de meterse en la repesca. Italia es la favorita evidente, pero ni la República de Irlanda ni Bulgaria son lo suficientemente superiores al equipo balcánico como para descartarlo de entrada. Es un país pequeño, pero tiene talento en ataque con Vucinic, Jovetic, Vukcevic y Boskovic, aquel zurdo que llegó a fichar por el Paris Saint-Germain hace algunos años y que luego se perdió en el olvido. Esas sensaciones positivas se confirmaron tras el encuentro: sin deslumbrar, Montenegro pudo ganar y en ningún momento fue menos que el equipo de Berbatov.
La primera parte fue aburrida y a los locales les faltó continuidad. Muy poquito de los cracks: algún taconazo de Jovetic, un buen pase en profundidad de Vucinic, pero escasas sensaciones en el fútbol colectivo. Merecida ventaja búlgara en el descanso tras una excelente jugada entre Dimitrov y Stilian Petrov. Pero el decorado cambió radicalmente tras la reanudación con el ingreso del zurdo del Sporting Simon Vukcevic, que será rival del Barça en la Champions y cuya suplencia inicial resultó difícil de comprender. Ubicado en la banda derecha, con el 7 en la espalda y una camiseta de tono muy parecido al de la de Portugal, por momentos se pareció a Cristiano Ronaldo. Jugó un segundo tiempo escandaloso, colosal, de un nivel técnico alucinante. Comandó la remontada de Montenegro, y ya con 2-1 a favor, se atrevió incluso a hacer malabarismos para retener la posesión del balón lo máximo posible. Era un show absoluto que merecía un final feliz, pero el ex del Alavés Georgiev clavó una falta directa en el tiempo de descuento para helar por completo la fiesta de Podgorica.
Fue lo más llamativo de la jornada del sábado, aunque hubo muchos otros detalles. Vi enteros los partidos de Bélgica y Turquía, los rivales más peligrosos de España en el camino hacia Sudáfrica. El equipo de Terim no asombró en Armenia, pero logró lo que se proponía: ganar. No es poco en un campo tan incómodo y en el que en la fase anterior tropezaron Polonia, Serbia e incluso Portugal. Tras un primer tiempo trabado, Arda Turan subió su nivel y el equipo entero mejoró, también empujado por Kazim Kazim desde su salida como revulsivo. Bélgica, con un equipo muy joven repleto de jugadores sub-23, gustó por momentos en ataque, con una circulación de balón muy fluida. Pero defensivamente se mostró vulnerable y acabó sufriendo demasiado ante un conjunto estonio de escasísimo nivel técnico. El mejor fue Sonck, aunque lo más esperanzador lo apuntó esa línea de centrocampistas casi juveniles formada por Fellaini, Vertonghen, Defour y Witsel. Equipo de futuro.
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